La Gran Cuaresma
De las conversaciones del Arzobispo
Sergio (Korolev) de Praga (1881-1952)
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EN EL PERÍODO DE LA GRAN CUARESMA la Iglesia en forma insistente, y reiteradamente trata de despertar en nosotros el arrepentimiento. Las misas mas compenetrantes, los cánones, y también las lecturas más frecuentes del Antiguo Testamento resultan ser los medios para llegar a reconocer nuestros pecados. Los ejemplos del Antiguo Testamento nos advierten y nos indican mediante la experiencia de miles de años, el único camino paradisía-co: el camino de la unión con Dios.
Mediante distintas desgracias, estados de esclavitud, y enfermedades pesadas, Dios llevaba al pueblo hebreo hacia Su Verdad. Todo el Antiguo Testamento se presenta como la historia de la Verdad de Dios, con castigos, represalias y con piedad. Pero ante tantas acusa-ciones, el pueblo hebreo frecuentemente endurecía su corazón, y no quería entender las ense-ñanzas de Dios.
Pero también, entre muchos de nosotros, se puede notar una dureza de corazón simi-lar. El Señor nos sorprende con aflicciones, derrama desgracias en la base endurecida del co-razón, para que la remuevan, y la hagan capaz de recibir la gracia de Dios, es decir, nuestro corazón frecuentemente es insusceptible a Su benevolencia, también hasta en los momentos en que el Señor nos la muestra claramente. Todavía nos gobierna el miedo animal, el miedo a la muerte ¿Pero vive en nosotros el miedo al juicio de Dios? El Señor espera que veamos en las personas que nos rodean sus desgracias, y la misericordia de Dios hacia ellos, y no un conjunto ocasional de circunstancias.
De este modo, si comparamos el Antiguo Testamento con los tiempos actuales, vemos que tanto antes como ahora, el Señor se preocupa por Su gente, no las deja morir en la negli-gencia, y en el incumplimiento de Sus leyes, por todos los medios nos impulsa al arrepenti-miento, por todos los caminos nos llama nuevamente a unirnos con Dios, que es la Fuente de la vida. ¡Realmente el amor de Dios supera la mente humana! Su amor llega a tal punto, que “por causa de Sus elegidos, por causa de una pequeña parte, Él tiene piedad de todo el pue-blo.” “La semilla Santa, es el sustento del pueblo,” dice el profeta Isaías, debido a ella se mantendrá el reinado; es como un cimiento firme, y debe ser la base del pueblo. Así dirigió Dios a sus siervos, apareciéndose como un temible Denunciante y Juez, y como Misericor-dioso y Perdonador de todo, para el bien de la gente, para afirmar la verdad en la tierra (La Verdad es el otro lado del amor, es su fuerza defensora)
Mostrando tanta preocupación por Su gente, acaso ¿El Señor no se preocupa mas por sus hijos? El Antiguo Testamento es de esclavitud, el Nuevo Testamento es de relación a hijos. Ya no somos siervos en la casa del Señor, sino que somos hijos en la casa del Padre. El siervo solo mira como servir a su señor, y las relaciones que tiene con él, se miden por sus acciones: el hijo tiene temeridad ante el padre, teme ofenderlo no solo con las acciones, sino que hasta con la intención, para no alejarse del amor de su padre; sus relaciones se miden con los sentimientos y con los pensamientos. Pero al que más se le da, más se le pedirá. “Somos niños de Dios, pero todavía no se revelo lo que seremos” dice el apóstol; se nos dió mucho, y esta en nuestra voluntad aumentar el don de Dios. Depende de nuestra voluntad en que este-mos en el camino del luchador, en el camino del guerrero de Cristo, luchando en nuestro co-razón, en este campo de lucha, por la Verdad de Dios. Depende de nuestra voluntad poner el comienzo bueno, el Señor hasta “las intenciones besa,” lo demás lo haremos con la ayuda de la gracia de Dios.
Como medio de lucha tenemos los llamados frecuentes a Dios, mediante las oracio-nes, momentos de inspiración, que con tanta abundancia nos brinda la Santa Iglesia en las misas conmovedoras de la gran cuaresma, que nos sacan del automatismo. El sentido de la lucha es alcanzar la paz espiritual. Cuando la paz se establezca en nuestro corazón, entonces entramos al camino del bien de la interrelación con Dios. El estado de interrelación con Dios es tan maravilloso, que por si misma resulta ser la recompensa, el Reino de los Cielos está dentro nuestro. A esto nos llamo el Señor, para que nosotros acá en la tierra, en momentos particulares nos acaparemos la eternidad. Amén.